miércoles, 22 de febrero de 2012

Siyam





                                                The ancient of the days, William Blake
                                            




'El concepto de "Dios" fue inventado como antítesis de la vida: concentra en sí, en espantosa unidad, todo lo nocivo, venenoso y difamador, todo el odio contra la vida. El concepto de "más allá", de "mundo verdadero", fue inventado con el fin de desvalorizar el único mundo que existe, para no dejar a nuestra realidad terrenal ninguna meta, ninguna razón'        
                                                                                                   Nietzsche, Ecce homo



Sobre quien reniega de Dios después de su profesión de fe —se exceptúa quien fue forzado, pero cuyo corazón está firme en la fe— y sobre quien abre su pecho a la impiedad, sobre esos caerá el enojo de Dios y tendrán un terrible tormento.
                                
                                                                                     Corán, Sura de las abejas, (16) 106






Cuando ayer salí con Karim, bajo un frío de cuidado, de una casa que llevaba todo el fin de semana sin electricidad, y después de esperar a que se hiciesen en el horno de piedra de una tienda cercana nuestros respectivos manouches, retrocedí años y más años en el tiempo. Por suerte mi compañero de piso tuvo a bien advertirme sobre lo que iba a ver. Cuando Cristo se fue al desierto a ayunar 40 días quizás no sabía que lo iban a imitar, pero el caso es que fue una costumbre de la comunidad cristiana durante bastante tiempo, aunque en Europa se  relajó mucho y no sé si a día de hoy aún hay alguna gente que la practica. Supongo que sí, pero no sabía que hay sitios donde los cristianos, aquí en concreto los maronitas, lo tienen por regla general en estos 40 días antes de la semana santa. En teoría no pueden tomar ni carne ni productos de origen animal, aunque la mayoría sólo cumple la base, que es ayunar desde las 12 de la noche hasta las 12 del mediodía. Una broma comparado con el ayuno del Ramadán.
Mucha gente en mi barrio, para mostrar que van a hacer el ayuno (siyam), se dibujan, en el primero de los 40 días,  una cruz negra con ceniza en la frente, y es a ellos a los que veía ayer por la mañana después de salir de casa. Y después me acordaba de Obélix, y de cómo éste resumía los encuentros con sus más acérrimos enemigos: ‘Están locos estos romanos’

En realidad el ayuno es una práctica saludable, ayer lo hablaba con Paul, un compañero de trabajo maronita que también tenía la cruz negra en la frente. Ayuda a limpiar al organismo de todas las toxinas de la carne, aunque no sé si ir hasta los cuarenta días sería necesario. Y Paul me decía que estaba contento, porque además de limpiar su cuerpo iba a contentar a Dios, así que mataba dos pájaros de un tiro.


Mi aversión por la religión es en realidad un trauma infantil renovado y en los últimos tiempos, viviendo en un país árabe, no es que se haya redoblado, es que este desprecio se ha hecho más seguro de sí mismo.

De pequeño tuve fuertes otitis en los oídos, debido a las cuales tenía que pincharme una vez a la semana durante bastante tiempo, de ahí mi miedo a las jeringuillas. Luego, algo pasó con la nata de la leche, no sé bien, pero hoy en día sigue provocándome arcadas. En el mismo orden de cosas, y como supongo que para mucha gente, la religión cristiana fue protagonista de algunos malos momentos en mi infancia.

En mi colegio, público, mi hermano mayor y yo éramos los únicos que no asistíamos a clase de religión y todo porque mis padres se empeñaron, con toda la razón, en que sus hijos tuviesen esa otra opción llamada antes Ética, que la directora había soterrado al olvido por sus intolerantes convicciones religiosas. Así que cuando tocaba clase con el cura de turno, la jefa de estudios me venía a recoger a clase y me llevaba a otra donde ella impartía Naturaleza a alumnos que me sacaban un año. Me sentaba en un rincón de la clase, donde no molestaba, y leía por ejemplo, Ética para Amador, un excelente libro de Fernando Savater. A mi lado se hablaba de animales, faunas y ecosistemas, y un poco más lejos, más allá de mis oídos, historias de un libro sagrado. En el medio de todo yo escuchaba a Savater intentando guiarme un poco en el caos en el que llevaba poco tiempo instalado.

Más o menos durante esos años, o quizás algo antes, las historias del cielo y del infierno me atemorizaban hasta el infinito. Además, yo me veía como descarriado, no era cristiano como todos, mis padres no querían que lo fuese, y por lo tanto iba de cabeza al averno según lo que por ahí escuchaba. De noche, después de que mi madre me arropara, no podía evitar pensar en una eternidad llena de jeringuillas, de dolores, de nata, de diablos excepcionalmente dibujados, de un calor insoportable, de todo lo malo posible. Incluso hubo una temporada en que utilizaba una virgen que se iluminaba en la oscuridad (no era un milagro, era fosforecente), para rezar antes de dormir. Era todo un ritual que hacía desde la cama, y donde el repertorio verbal era una serie de padrenuestros y avemarías. Así intentaba expiar los pecados de una vida al margen de Dios, y por lo menos salvarme de las llamas. Ese era el plan. Luego crecí, y no tardé en darme en cuenta de que el que se había inventado el infierno era un hijo de puta.


De las triquiñuelas de la religión y la impunidad con la que ésta actúa protegiéndose en la fe, quería hablar.
Un ejemplo estupendo son los matrimonios de placer que se llevan en el mundo árabe, más por chiítas que por sunitas, aunque estos últimos también lo utilizan en países como Arabia Saudí -país como siempre a la vanguardia de los derechos de la mujer-.  Pongamos que un chaval, está estudiando una carrera, y hasta que la acabe no se va a casar con su prima, o con quien sea. Qué va a hacer durante esos años, masturbarse? No! Pero, el sexo fuera del matrimonio no está permitido, qué inventamos, qué hacemos? Un matrimonio temporal en el que la mujer no tiene los derechos normales de cualquier matrimonio islámico de techo y sustento. Un matrimonio donde la reproducción no es el objetivo, donde fornicar lo es, pero que se tapa con el velo de la religión. Huele igual de mal, es como si la hipocresía tomara forma humana, pero, lo ves? No lo ves, porque es materia de fe, no es cuestión de inteligencia, no hay que entenderlo. Si este versículo dice A y yo digo que dice B,  yo lo interpreto porque tengo conexión con el Todopoderoso. Punto.

  Si eres musulmán y quieres irte de putas, pero quedar bien con tu dios, rellenas un sencillo contrato, le pagas a la mujer, te casas con ella –pudiendo estar casado con otra- y ya te está permitido pasar un buen rato. Luego, el matrimonio se agota y te vuelves a casa con tu mujer, que no ha tenido que enterarse de nada. Es una pirueta jurídica, y religiosa, tan lamentable, que me imagino a los  imanes descojonándose en la mezquita y preguntando a los que entran si la gente se lo ha creído. ‘Claro- dice el visitante, les decís que no piensen, como no van a creérselo’. Ahí es cuando se ven más fuertes y aparecen las tropelías, cuando ya les da igual todo y descoyuntan al sentido común. En Egipto, el país árabe más poblado (80 millones) desde hace años hay falta de trabajo y muchos hombres deciden emigrar. Como dejaban a sus mujeres en casa durante largas temporadas, algunos se las encontraban embarazadas, y claro, se armaba un cristo de aúpa. Total, los grandiosos servicios jurídicos religiosos crearon la verdad que todo explicaba, y arreglaba: el feto dormido. Tras el coito, el feto puede estar unos meses en espera hasta empezar a desarrollarse, por lo tanto la mujer no ha sido infiel, el feto es del marido, solo que, a veces, éste tiene que reposar antes de empezar a crecer, no es automático.

Puede que la religión islámica viva en general un poco en la Edad media, pero hay cosas en las que están más avanzados que nosotros. Por ejemplo, ellos no sufren esa aversión hacia el cuerpo y el placer que el cristianismo siempre ha intentado desarrollar. Aquí no hay historias de pijamas con un agujero a la altura de las partes nobles, meter, echar y sacar, un hijo más.

Imaginaos a una mujer entrando en una iglesia. Se dirige al confesionario, donde el cura ha de escuchar sus pecados y hablarle de cómo debe expiarlos. Pero la mujer intercepta los pasos del cura, le hace dar la vuelta y le impide entrar en la caja de madera.
 Padre -le dice- hoy no tengo nada de que confesarme. Pero tengo algo que contarle, sino le importa escucharme un momento.
Verá -comienza- se que le había dicho que mi matrimonio iba bien, pero hay algo que falla, algo muy importante que puede arruinarlo todo.
No –sonríe- no se trata de tener niños, vamos a darnos un tiempo antes de ser padres…
Pues, verá, mi marido no se porta bien en la cama, no es buen amante. Sólo piensa en su placer, de llegar a su orgasmo y punto. Jadea como un cerdo sin aire, se da la vuelta y yo me quedo siempre a medias.
Se lo agradezco padre, no esperaba menos de usted. Espero que cuando hable con él las cosas cambien.

Esta conversación es obviamente ficticia, porque es una iglesia, es una cura y es un matrimonio cristiano. Pero no lo es en muchos matrimonios islámicos, donde la mujer puede quejarse a su líder religioso de las carencias sexuales de su cónyuge, y aquél puede hablar con éste y tirarle de las orejas por no follar bien a su mujer. Y para los que piensen que este tipo de asuntos deben quedar en la intimidad, ok, quizás sea cierto, pero creo que esta historia da la medida de la mayor naturalidad en relación con el sexo que tiene la religión islámica.


Aquí la contaminación religiosa es polución en toda regla, nada se salva. Cuando uno dice que es ateo algunos lo miran de forma rara, como si fuese una categoría fuera de la rectitud debida. Porque aquí la religión se mueve en el terreno de la historia, y en ese terreno los ateos siempre han sido los apestados, los infieles, los locos, los irrespetuosos. Por no tener, no se les ha permitido ni siquiera tener un nombre. Hasta el más piojoso de los hombres, el más pobre, tiene uno, pero los ateos deben definirse en negativo, como lo que no son, los no-dios, cuando quizás son los que creen más que nadie en las bondades irrepetibles de esta vida, única y no antesala de nada. Alguien dijo una vez que sólo deberíamos creer en nosotros mismos y en los seis primeros discos de Black Sabbath.  Si aún así me veo algo escaso de fe, añado a Neil Young y alguno más. Últimamente estoy creyendo mucho en Phil Lynott.

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