martes, 27 de noviembre de 2012

Lompoul







 En Africa, en los 57 países que forman Africa, caben más de tres Estados Unidos y casi dos Rusias. De allí precisamente, de Rusia, partió Sergei hace 16 meses, desde Moscú en concreto, con una pequeña mochila y un estuche con un clarinete y algún rublo, supongo, encima. Y después nada, después el dinero que sacaba tocando su música, además de buscando aprovechar la hospitalidad de los pueblos que visitaba. Poca gente hay  que se atreva a esto. A muchos nos parecerá una vida emocionante y llena de aventuras, pero al primer dia sin techo, con frio y soledad nos empezaremos seguramente a arrepentir de ello. Hace falta mucho valor y poco apego por el bienestar de una cama caliente cuando cae la noche y nos hacemos de repente vulnerables.


Sergei llego así a Senegal, después de cruzar haciendo autostop toda Europa, Marruecos y Mauritania, y levantarse un día con el sol tropical encima de su sonrisa, a 9.000 km  de su madre. Estuvo viajando por el país, disfrutando de él y conociendo la hospitalidad africana mezclada con la musulmana, una combinación que te asegura poder sobrevivir hasta en un país pobre. En Dakar, el punto más occidental de toda Africa, conoció a Mbaye, un guitarrista aficionado que le ofreció su casa y un compañero para tocar música. Y dos semanas después los dos decidieron dirigirse al desierto de Lompoul, a unas tres horas al norte de Dakar, para ir al festival de Sahel, donde esperaban asistir al despliegue de sintonías saharauis, argelinas, senegalesas y en general ritmos africanos entre dunas, poder mostrar su música a la gente y entrar de gorra. Lo consiguieron casi todo.

Como ninguno había estado allí antes, al fin de este camino, el camino y sus colores eran nuevos para los dos. Al salir de Dakar vieron a dos camiones descargando miles y miles de  verdes sandías, y gente y más gente en los valles que éstas iban formando. Sandías, montañas de ellas, y negros. Sergei aún no se había acostumbrado a los colores de África, no tenía gafas de sol, y su retina intentaba amoldarse a la potencia tranquila pero salvaje que éstos desplegaban. Sergei trataba de explicarle a Mbaye que los colores, la luz que los forma, era distinta en este continente. Desde el destello diamantino de  la piel humana negra hasta el color marrón puro de los caminos, del polvo alrededor en las calles y en la gente. Esto es África. Aquí nacieron los colores que todos vemos y uno se siente un niño pequeño al descubrirlos otra vez y de forma verdadera. Mbaye sonreía a Sergei y miraba hacia el enorme baobab que desplegaba sus raíces cerca, pues él nunca había salido de Africa y no podía saber.

Cuando por fin llegaron a la pequeña carretera que lleva al poblado de Lompoul, cerca ya del desierto del mismo nombre, empezaron a andar un largo camino de unos 24 km. A la derecha e izquierda de si mismos un paisaje llano, plano, con palmeras y otros árboles de dos dimensiones que formaban parte del escenario de bienvenida a la arena y el polvo, que crecían rápido, y que en algunos casos, cuando eran baobabs milenarios, se resistían a morir. Poco llevaban andando cuando pasó una pick up con tres tubabs (blancos) a bordo: dos hombres y una mujer embarazada que se dirigían al mismo festival para conocer a otra gente, disfrutar de la finísima arena de las dunas, correr y caer en ellas y escuchar ya en la quietud de la noche a  Ismael Lo y a quien quisiese desde el escenario mostrar su amor por Africa y transformarlo en música. Lo consiguieron todo.

Nuestros dos viajeros se subieron con energía a la parte de atrás de la pick-up, junto a uno de los tubabs que llegaban también de Dakar para escuchar su historia y empezar a conocer un país.

lunes, 2 de abril de 2012

Dersim



Una vez leí un artículo en una revista semanal sobre el paso del tiempo. No lo recorté, pero me esforcé en quedarme con la idea y no olvidarla nunca. El mensaje  básico le daba el mundo a los vagabundos, a los nómadas: si no sabemos lo que va a pasar a lo largo del día cuando despertamos, nuestra vida tiende a llenarse de riqueza mediante nuevas experiencias, y el paso del tiempo se ralentiza por la cantidad de materia nueva que aglutina. El tiempo se expande y la rutina es la enemiga.

En el vuelo Beirut-Estambul no había nadie a mi lado, lo cual no es nunca una buena señal cuando estoy en una máquina de metal a 20.000 pies. En esas situaciones me vuelvo una persona extrañamente habladora. Pero era el primer día de vacaciones y no lo pasé demasiado mal.
Cuando llegué al aeropuerto empecé a comprobar de primera mano las historias de violencia que había escuchado de Turquía. Ante la cola de pasaportes pasó un grupo de policías cadetes, o aprendices de policías, churumbeles con un uniforme azul más claro que los demás policías. Pasaron las cabinas de registro de pasaporte y a los dos minutos unos de estos cadetes y un policía normal se estaban insultando y eran sujetados para no llegar a las manos. Dos policías peleándose en menos de media hora en el país. Si las cosas seguían así iba a poder presenciar a dos ministros tirándose de los pelos o al Presidente del Tribunal Supremo escupiéndole en la cara a un diputado y acordándose de sus muertos. Esa era mi esperanza, pero no llegó a tanto.

En las siguientes horas mis demás ideas preconcebidas sobre el pueblo turco siguieron representándose una tras otra. En el camino a casa de Claudia, mi compañera y becaria en la oficina de Estambul, comprobé que un trozo de papel con una dirección escrita no tiene por que ser suficiente para llegar a destino cuando estás en Turquía y no hablas turco. Además descubrí (era una noche de descubrimientos) que mi desgraciada y malnacida compañía telefónica libanesa no tenía acuerdos con compañías turcas, tal como sucedió también en Egipto y Kenia. Así que en mi viejo móvil sobresalía un perenne ‘Network searching’.

La famosa hospitalidad turca no estaba siendo suficiente por el momento, y tuve que recurrir a unos policías que se refugiaban del frío en un pequeño coche. En los próximos días iba a comprobar que el frío húmedo de Estambul no es un mito, y que Claudia tenía razón al asegurarme que nunca antes había tiritado como en esta ciudad. Pero esa noche en concreto la temperatura no era tan baja, y cuando metí la cabeza en el coche para recibir indicaciones me pareció que los pobres maderos habían decidido cocinarse a fuego lento en un horno de metal.
Istiqlal, séptima a la izquierda y segunda a la derecha. Hablaban inglés y tenían un callejero, perfecto.

De Estambul recuerdo las vistas de la ciudad, desde la torre Galata, desde el barco que cruza a Asia, desde todas las orillas que abren de par en par la ciudad, inmensa pero tan bien repartida. Sus mercados, mezcla de olores y de gritos, de hombres con un don especial para detectar presencia extranjera, de oro, arabescos y comidas imposibles, de falsificaciones muy bien hechas.

Luego está el estrecho del Bósforo y demás caudales de la ciudad, agua sucia pero tan bien situada, entre dos continentes, que su limpieza poco importa y sigue destellando con elegancia. Y las mezquitas, posiblemente las más bonitas que haya visto nunca, y de cómo entré en la espectacular Hagia Sofía y me sentí fuera de la enfermedad número uno del turismo mundial: hacer fotos de forma compulsiva o cómo perderse la experiencia a cambio de 17 fotos. Este museo, Patrimonio de la Humanidad y mezcla grandiosa del cristianismo y del Islam, es un puro espectáculo para la vista, pero cuando entré en él lo único que vi fue a gente haciendo fotos de forma enfermiza, buscando ángulos, colores, mirando encuadres. Una forma dudosa de aprovechar los propios ojos.

Todas las historias tienen su núcleo y también lo tienen las entradas de este blog, y en este caso es una historia política. No es realmente una historia, porque las historias tienen un principio y un final, y en ésta está por verse si los turcos son capaces de desprenderse del tufo nacionalista que sigue pretendiendo machacar a la otra etnia mayoritaria, los kurdos, aparte de a los armenios y demás minorías.

Además de la hospitalidad de Claudia, que tan bien me acogió en Estambul, tuve la suerte de contar con otra magnífica guía de la ciudad, Leyla, que hace poco acabó su erasmus en esta ciudad y ahora realiza unas prácticas. Leyla es alemana, pero su madre es kurda, y tanto ella como sus amigos, algunos también de origen kurdo, son activos políticamente en un país donde lo normal es no estarlo.
Así que acudí con ellos a una manifestación para recordar a Hrant Dink, un periodista armenio que fue asesinado hace cinco años. Hace poco el gobierno turco decidió, a través de la justicia, cerrar el caso sin averiguar quién ordenó realmente su muerte. Hay dos condenados, pero no se va a tirar más de los hilos para saber hasta dónde llegan, aunque medio país sabe que el gobierno turco está detrás.

  Poco a poco se están cargando el laicismo que convirtió a Turquía en el país de Oriente Medio más avanzado. Cuando Erdogan apuntaba hacia el poder su discurso era uno de solidaridad entre los pueblos que habitan el país y de respeto de los principios laicos  que apuntaló Ataturk, pero desde que gobierna ha ido poco a poco machacando a las minorías, atacando al pueblo kurdo, impidiéndoles incluso defenderse con la palabra, encerrando a periodistas como ningún otro país en el mundo. Leyla me contaba que ella no puede entrar a una mítica universidad de Estambul, porque le está prohibido hacerlo a jóvenes de otras universidades. Porque no quieren que se mezclen, no quieren que hablen, no quieren que se revuelvan. Es una dictadura encubierta.

Dersim (Tunceli en turco) en un pueblo del este de Turquía, bien conocido en la historia negra del país por ser el lugar de la masacre de 1938, cuando unos 50.000 soldados irrumpieron en la zona para convencer a los kurdos de que la homogeneización cultural es, siempre que la cultura sea la turca, buena, y que la rebelión no lo es. Etnicidio, o masacre, o genocidio, 10.000, 15.000, o 20.000 kurdos muertos, se puede catalogar como se quiera, el hecho es el mismo. Sobre estas bases se construye el estado turco. Y de Dersim son los orígenes de Bakis, una amiga de Leyla a la cual tuve el placer de conocer, y que es un vivo ejemplo de la emigración turca a Alemania. Sus padres, ambos kurdos, se conocieron allí, donde pasaron gran parte de su vida, y ahora  quieren volver a Turquía. Los conocí en Estambul, y me enteré de que el padre de Bakir es el principal dirigente del BDP (Freedom and Democracy party) en Dersim. El BDP es algo así como el partido kurdo legal que lucha por los derechos de las minorías en el país, y que tiene mayores o menores lazos con el PKK, el Partido kurdo de los trabajadores que mantiene una lucha armada intermitente con el ejército, y cada vez más, también con la policía turca. Y por ello su padre va a tener que hacer frente a la justicia turca, por sus discursos y por ser quién es. Así funciona este país, si apoyas a los kurdos, se te acusa de pertenencia a banda armada y se te enjaula.

Ayer Mónica, una española que vivió algunos años en Turquía, me contaba que la cultura turca es muy fuerte y ha ido absorviendo de alguna forma a las otras del país, habiendo kurdos de tercera generación que no hablan su lengua, aumentando el número de asimilados. Pero supongo que de alguna forma la prevalencia de la cultura turca será como en todos lados, fruto del poder para someter otros pueblos, de forma que las culturas, y las lenguas que funcionan como su principal imagen, necesitan de la fuerza para sobrevivir, y, desgraciadamente en muchas ocasiones, lo consiguen mermando a otras más débiles. No sé si se podría decir que la cultura francesa es más fuerte que la bretona, sin embargo si ésta última ha sido machacada por la primera ha sido por el poderío militar y la necesidad de aumentar las fronteras reales y su importancia en el mundo. Por algo será que el ejército turco es uno de los más potentes.

Según Mónica el verdadero problema de Turquía es la eterna tensión entre Europa y Asia. Ese constante deseo de modernizarse, de acudir a los mismos órdenes de (dudoso) progreso de Europa, contra la llamada ancestral del Islam y su posición maternal en Oriente medio. El ver telenovelas admirando el modo de vida occidental, donde los chicos se enamoran y se desenamoran en un abrir y cerrar de ojos, donde la ropa puede escasear, contra la realidad del triste papel de la mujer y una continuación fiel de los valores islámicos, apoyada de soslayo por el gobierno.

En la manifestación, con unas 2.000 personas, que surgió como respuesta a otra de fascistas una semana antes,  y que discurría por la mítica calle de Istiqlal, la gente llevaba en su mayoría carteles, con mensajes como éstos: 
‘Kurdistán se convertirá en la tumba del fascismo’,
‘El Estado asesino tiene que pagar’, ‘Viva la fraternidad de los pueblos’
‘El odio es vuestro, la justicia es nuestra’, ‘Somos todos Hrant, somos todos armenios’

Turquía es posiblemente el país del mundo con más banderas por metro cuadrado. El nacionalismo turco se palpa en el ambiente, y hace pensar en los motivos de ese puño cerrado, de esa tensión. Una mano cerrada pintada de rojo y de blanco, que sella sus ojos con fuerza para no abrir su puño, porque si lo hace dejaría entrever el presente kurdo, y en menor medida el color armenio; y todos ellos con la memoria de la sangre derramada de estos dos pueblos. El 20% de la población del país es kurda. Son ellos otros olvidados del aparato hipócrita de Occidente, de Europa. Un pueblo con una historia milenaria, castigado e incapaz de crear su propio estado, un Kurdistán que se situaría en zonas de Siria, Iraq, Irán y Turquía. Y mientras tanto, un país con diferentes etnias, multicultural, se empeña en hacerse más pequeño.

Cada uno tiene su propio reloj personal, y si no lo tiene debería de crearse uno. En mi caso es mi hermano pequeño, Brais, que me permite ver como crece el mundo a través de su persona. Tenía 9 años cuando él nació, y desde entonces cada vez que lo veo después de un cierto periodo de tiempo me asombra ver sus cambios, y no hay a otra persona en la cual compruebe la evolución como en ella. Quizás hace falta ver nacer algo o alguien para percibir sus cambios plenamente, y gracias a ello saber donde está uno, ayudándose en el otro como referencia.

''Glissez, mortels, n'appuyez pas''



miércoles, 22 de febrero de 2012

Siyam





                                                The ancient of the days, William Blake
                                            




'El concepto de "Dios" fue inventado como antítesis de la vida: concentra en sí, en espantosa unidad, todo lo nocivo, venenoso y difamador, todo el odio contra la vida. El concepto de "más allá", de "mundo verdadero", fue inventado con el fin de desvalorizar el único mundo que existe, para no dejar a nuestra realidad terrenal ninguna meta, ninguna razón'        
                                                                                                   Nietzsche, Ecce homo



Sobre quien reniega de Dios después de su profesión de fe —se exceptúa quien fue forzado, pero cuyo corazón está firme en la fe— y sobre quien abre su pecho a la impiedad, sobre esos caerá el enojo de Dios y tendrán un terrible tormento.
                                
                                                                                     Corán, Sura de las abejas, (16) 106






Cuando ayer salí con Karim, bajo un frío de cuidado, de una casa que llevaba todo el fin de semana sin electricidad, y después de esperar a que se hiciesen en el horno de piedra de una tienda cercana nuestros respectivos manouches, retrocedí años y más años en el tiempo. Por suerte mi compañero de piso tuvo a bien advertirme sobre lo que iba a ver. Cuando Cristo se fue al desierto a ayunar 40 días quizás no sabía que lo iban a imitar, pero el caso es que fue una costumbre de la comunidad cristiana durante bastante tiempo, aunque en Europa se  relajó mucho y no sé si a día de hoy aún hay alguna gente que la practica. Supongo que sí, pero no sabía que hay sitios donde los cristianos, aquí en concreto los maronitas, lo tienen por regla general en estos 40 días antes de la semana santa. En teoría no pueden tomar ni carne ni productos de origen animal, aunque la mayoría sólo cumple la base, que es ayunar desde las 12 de la noche hasta las 12 del mediodía. Una broma comparado con el ayuno del Ramadán.
Mucha gente en mi barrio, para mostrar que van a hacer el ayuno (siyam), se dibujan, en el primero de los 40 días,  una cruz negra con ceniza en la frente, y es a ellos a los que veía ayer por la mañana después de salir de casa. Y después me acordaba de Obélix, y de cómo éste resumía los encuentros con sus más acérrimos enemigos: ‘Están locos estos romanos’

En realidad el ayuno es una práctica saludable, ayer lo hablaba con Paul, un compañero de trabajo maronita que también tenía la cruz negra en la frente. Ayuda a limpiar al organismo de todas las toxinas de la carne, aunque no sé si ir hasta los cuarenta días sería necesario. Y Paul me decía que estaba contento, porque además de limpiar su cuerpo iba a contentar a Dios, así que mataba dos pájaros de un tiro.


Mi aversión por la religión es en realidad un trauma infantil renovado y en los últimos tiempos, viviendo en un país árabe, no es que se haya redoblado, es que este desprecio se ha hecho más seguro de sí mismo.

De pequeño tuve fuertes otitis en los oídos, debido a las cuales tenía que pincharme una vez a la semana durante bastante tiempo, de ahí mi miedo a las jeringuillas. Luego, algo pasó con la nata de la leche, no sé bien, pero hoy en día sigue provocándome arcadas. En el mismo orden de cosas, y como supongo que para mucha gente, la religión cristiana fue protagonista de algunos malos momentos en mi infancia.

En mi colegio, público, mi hermano mayor y yo éramos los únicos que no asistíamos a clase de religión y todo porque mis padres se empeñaron, con toda la razón, en que sus hijos tuviesen esa otra opción llamada antes Ética, que la directora había soterrado al olvido por sus intolerantes convicciones religiosas. Así que cuando tocaba clase con el cura de turno, la jefa de estudios me venía a recoger a clase y me llevaba a otra donde ella impartía Naturaleza a alumnos que me sacaban un año. Me sentaba en un rincón de la clase, donde no molestaba, y leía por ejemplo, Ética para Amador, un excelente libro de Fernando Savater. A mi lado se hablaba de animales, faunas y ecosistemas, y un poco más lejos, más allá de mis oídos, historias de un libro sagrado. En el medio de todo yo escuchaba a Savater intentando guiarme un poco en el caos en el que llevaba poco tiempo instalado.

Más o menos durante esos años, o quizás algo antes, las historias del cielo y del infierno me atemorizaban hasta el infinito. Además, yo me veía como descarriado, no era cristiano como todos, mis padres no querían que lo fuese, y por lo tanto iba de cabeza al averno según lo que por ahí escuchaba. De noche, después de que mi madre me arropara, no podía evitar pensar en una eternidad llena de jeringuillas, de dolores, de nata, de diablos excepcionalmente dibujados, de un calor insoportable, de todo lo malo posible. Incluso hubo una temporada en que utilizaba una virgen que se iluminaba en la oscuridad (no era un milagro, era fosforecente), para rezar antes de dormir. Era todo un ritual que hacía desde la cama, y donde el repertorio verbal era una serie de padrenuestros y avemarías. Así intentaba expiar los pecados de una vida al margen de Dios, y por lo menos salvarme de las llamas. Ese era el plan. Luego crecí, y no tardé en darme en cuenta de que el que se había inventado el infierno era un hijo de puta.


De las triquiñuelas de la religión y la impunidad con la que ésta actúa protegiéndose en la fe, quería hablar.
Un ejemplo estupendo son los matrimonios de placer que se llevan en el mundo árabe, más por chiítas que por sunitas, aunque estos últimos también lo utilizan en países como Arabia Saudí -país como siempre a la vanguardia de los derechos de la mujer-.  Pongamos que un chaval, está estudiando una carrera, y hasta que la acabe no se va a casar con su prima, o con quien sea. Qué va a hacer durante esos años, masturbarse? No! Pero, el sexo fuera del matrimonio no está permitido, qué inventamos, qué hacemos? Un matrimonio temporal en el que la mujer no tiene los derechos normales de cualquier matrimonio islámico de techo y sustento. Un matrimonio donde la reproducción no es el objetivo, donde fornicar lo es, pero que se tapa con el velo de la religión. Huele igual de mal, es como si la hipocresía tomara forma humana, pero, lo ves? No lo ves, porque es materia de fe, no es cuestión de inteligencia, no hay que entenderlo. Si este versículo dice A y yo digo que dice B,  yo lo interpreto porque tengo conexión con el Todopoderoso. Punto.

  Si eres musulmán y quieres irte de putas, pero quedar bien con tu dios, rellenas un sencillo contrato, le pagas a la mujer, te casas con ella –pudiendo estar casado con otra- y ya te está permitido pasar un buen rato. Luego, el matrimonio se agota y te vuelves a casa con tu mujer, que no ha tenido que enterarse de nada. Es una pirueta jurídica, y religiosa, tan lamentable, que me imagino a los  imanes descojonándose en la mezquita y preguntando a los que entran si la gente se lo ha creído. ‘Claro- dice el visitante, les decís que no piensen, como no van a creérselo’. Ahí es cuando se ven más fuertes y aparecen las tropelías, cuando ya les da igual todo y descoyuntan al sentido común. En Egipto, el país árabe más poblado (80 millones) desde hace años hay falta de trabajo y muchos hombres deciden emigrar. Como dejaban a sus mujeres en casa durante largas temporadas, algunos se las encontraban embarazadas, y claro, se armaba un cristo de aúpa. Total, los grandiosos servicios jurídicos religiosos crearon la verdad que todo explicaba, y arreglaba: el feto dormido. Tras el coito, el feto puede estar unos meses en espera hasta empezar a desarrollarse, por lo tanto la mujer no ha sido infiel, el feto es del marido, solo que, a veces, éste tiene que reposar antes de empezar a crecer, no es automático.

Puede que la religión islámica viva en general un poco en la Edad media, pero hay cosas en las que están más avanzados que nosotros. Por ejemplo, ellos no sufren esa aversión hacia el cuerpo y el placer que el cristianismo siempre ha intentado desarrollar. Aquí no hay historias de pijamas con un agujero a la altura de las partes nobles, meter, echar y sacar, un hijo más.

Imaginaos a una mujer entrando en una iglesia. Se dirige al confesionario, donde el cura ha de escuchar sus pecados y hablarle de cómo debe expiarlos. Pero la mujer intercepta los pasos del cura, le hace dar la vuelta y le impide entrar en la caja de madera.
 Padre -le dice- hoy no tengo nada de que confesarme. Pero tengo algo que contarle, sino le importa escucharme un momento.
Verá -comienza- se que le había dicho que mi matrimonio iba bien, pero hay algo que falla, algo muy importante que puede arruinarlo todo.
No –sonríe- no se trata de tener niños, vamos a darnos un tiempo antes de ser padres…
Pues, verá, mi marido no se porta bien en la cama, no es buen amante. Sólo piensa en su placer, de llegar a su orgasmo y punto. Jadea como un cerdo sin aire, se da la vuelta y yo me quedo siempre a medias.
Se lo agradezco padre, no esperaba menos de usted. Espero que cuando hable con él las cosas cambien.

Esta conversación es obviamente ficticia, porque es una iglesia, es una cura y es un matrimonio cristiano. Pero no lo es en muchos matrimonios islámicos, donde la mujer puede quejarse a su líder religioso de las carencias sexuales de su cónyuge, y aquél puede hablar con éste y tirarle de las orejas por no follar bien a su mujer. Y para los que piensen que este tipo de asuntos deben quedar en la intimidad, ok, quizás sea cierto, pero creo que esta historia da la medida de la mayor naturalidad en relación con el sexo que tiene la religión islámica.


Aquí la contaminación religiosa es polución en toda regla, nada se salva. Cuando uno dice que es ateo algunos lo miran de forma rara, como si fuese una categoría fuera de la rectitud debida. Porque aquí la religión se mueve en el terreno de la historia, y en ese terreno los ateos siempre han sido los apestados, los infieles, los locos, los irrespetuosos. Por no tener, no se les ha permitido ni siquiera tener un nombre. Hasta el más piojoso de los hombres, el más pobre, tiene uno, pero los ateos deben definirse en negativo, como lo que no son, los no-dios, cuando quizás son los que creen más que nadie en las bondades irrepetibles de esta vida, única y no antesala de nada. Alguien dijo una vez que sólo deberíamos creer en nosotros mismos y en los seis primeros discos de Black Sabbath.  Si aún así me veo algo escaso de fe, añado a Neil Young y alguno más. Últimamente estoy creyendo mucho en Phil Lynott.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Mara





Aquí se escuchan historias muy raras para los oídos occidentales, historias que se vuelven aún más raras cuando hay mujeres de por medio. Porque cualquier europeo ha escuchado hablar del machismo en las sociedades árabes, pero hasta que uno está aquí y lo comprueba de primera mano no se da cuenta de hasta que punto puede llegar la vejez y el óxido que desprenden sociedades controladas por hombres, viejos de pensamiento, que no pertenecen a la época donde deberíamos vivir. Es difícil ser mujer en Oriente medio, y es difícil sobreponerse a los hombres que insisten en usar el Corán como subterfugio para poder emplear sus más bajos instintos.

Ayer me hablaban de fatwas ridículos, de los cuales los más insólitos eran los referidos a mujeres. Los fatwas son pronunciamientos legales emitidos por especialistas en ley religiosa islámica. Quizás el fatwa más famoso fue el pronunciado por el ayatolá Jomeiní a finales de los 80 contra Salman Rushdie, donde lo acusaba de blasfemo contra el Islam por su libro ‘Los versos satánicos’, e instaba a cualquier buen fiel a ejecutarlo, incluso ofreciendo una recompensa de tres millones de dólares, como si viviesemos en el viejo oeste. Rushdie sigue vivo, pero seguro que no se le ocurre poner los pies en Irán.

Uno de estos fatwas actuales, pronunciado por los salafistas en Egipto, y que se ha hecho bastante famoso últimamente, advierte a la mujer de que debe mantenerse alejada de zanahorias y pepinos. Sí. Ella y un lado y los pepinos en otro.Sé lo que estáis pensando, ¿por qué discriminan a los plátanos, acaso no tienen ellos forma fálica, y están en cualquier buena fantasía? Bien, o son parte importante de la gastronomía egipcia (y con eso no se juega) o al tipo se le olvidó y le daba vergüenza sacar un fatwa sólo para el plátano. Otro de estos fatwas es aquel que prohíbe a la mujer usar emoticonos en chats, porque dice que muestran emociones y eso no es adecuado.

Esto hace gracia, aunque es bastante triste y remite a una discriminación de la mujer para la cual tengo tanto ejemplos que no sé ni por dónde empezar. Asistí hace unas semanas a una charla sobre el maltrato y violación a la mujer en el matrimonio islámico, aquí en el Líbano, donde al final cuatro de ellas contaban su traumática experiencia, y uno no podía más que sentirse transportado al principio de los tiempos, cuando el pensamiento era poco y la fuerza  era mucha, y los hombres por tanto eran los amos de ese pensamiento. Una explicación un poco simplona, pero clara. Hoy en día uno debe sentirse, creo yo, primero apenado, pero luego también avergonzado por comportamientos de este tipo si tiene algún apego a la especie humana y se siente responsable de alguna forma, lo cual es imprescindible para intentar cambiar algo. Creerse un individuo independiente de los demás, aislado, sólo lleva a separarse de ideas burdas y pegajosas, y las justifica. Si ese tipo pega a su mujer, yo de alguna forma tengo que ver algo con ello, aunque vivamos en sociedades y culturas distintas, y es por eso que debe surgir la indignación, porque ese cerdo y yo somos, en esencia, lo mismo.

Una de ellas contaba que su marido llegaba a casa por la noche y se metía en su cama. Ella le explicaba que llevaba todo el día trabajando, cocinando, cuidando de los niños, y que no tenía el cuerpo para juegos. Y él la violaba, la violaba y la pegaba, una y otra vez. Y las otras tenían historias parecidas, donde la violencia y el abuso formaban parte de sus vidas. Estas mujeres iban a la policía, y la respuesta era invariable: no podemos hacer nada. No pueden hacer nada porque el matrimonio islámico permite que el hombre utilice a la mujer como un instrumento, y tiene derecho a maltratarla, siempre que no se le vaya de las manos. Para que nos entendamos, y como bien decía uno de los invitados a la charla que predecía a las confesiones, lo que debería hacer el gobierno en aras de la coherencia, sería, o bien abolir estos derechos del hombre en el matrimonio, o bien reconocer la esclavitud en el Líbano. Porque si tu cuerpo me pertenece tú eres mi esclava. La frase ‘ninguna mujer tiene dueño’ chirría para estos violadores con fuerza de ley.

Mi madre, que es muy feminista, y de la cual puedo decir con orgullo que me ha educado en ese sentido, estuvo hace poco aquí y tuvo algunos percances. El día que llegó con mis hermanos, por ejemplo, los fui a recoger al aeropuerto con Alí, un amigo policía que trabaja también en la embajada, y a éste se le ocurrió decir a la ligera, cuando nos llevaba a casa, que tenía dos mujeres. Yo estaba delante con Alí y sentí un silencio espeso en la parte de atrás, como si mi madre estuviese pensando en no decir nada al respecto, preguntarle si le parecía bien, decirle que le parecía mal, insultarlo o directamente degollarlo, para lo cual su posición era perfecta. Por supuesto mi madre, que es muy educada, no dijo ni mu. No habría hecho falta, porque en realidad Alí no tiene dos mujeres, aunque por alguna razón siempre lo expresa de esta manera. Estuvo casado con una, tuvo una hija, se divorció, y ahora tiene otra, que por cierto está embarazada e hizo buenas migas con mi madre, aunque puede que Alí haya tenido que fregar los platos más a menudo en su casa.

No hablaré más de las historias de mi madre en el Líbano porque ella me ha sugerido no aparecer en este blog. Olvidaros también del último párrafo, mi madre es una santa y punto.

El gobierno libanés no aprobará probablemente el proyecto que se le ha presentado para que la ley no permita la violencia en el matrimonio en este país, reduciendo los derechos casi ilimitados de los hombres. Y no lo hará, a pesar de las manifestaciones, a pesar del sentido común, a pesar de la decencia, porque según ellos desestabilizaría la estructura familiar libanesa. La verdad de todo esto es que los tribunales islámicos y su jurisprudencia tienen mucho poder, y no permitirían que algo así sucediese y se derrumbase su interpretación ventajista del Corán.

Luego todo esto se traspasa a la vida diaria, en asuntos más leves. El otro día le pregunté a la señora de mi trabajo si podría venir a limpiar a mi casa, y me dijo que al día siguiente podría venir por la tarde. Pero resulta que, después de hablar con su marido, éste decidió que eso no iba a pasar, no iba a dejar sola a su mujer con un desconocido. El dinero les venía de perlas, estoy seguro, ¿pero su mujer a solas con un europeo libertino? Jamás. Porque algunos árabes, pocos, quizás éste, básicamente los que no han salido de su país, se creen que en Europa no paramos de follar. Sin ton ni son, con ésta con la otra y con la de más allá. Fiesta y a follar, se creen que esa es nuestra vida. Y claro, piensan que con sus mujeres no podemos tener la picha quieta.

Intenté arreglarlo, le conté a la pobre señora, que seguramente pensará que su marido es un poco gilipollas, que mi compañero de piso (¡además libanés, señora!) estaría también en el piso. La señora llamó a su marido, y resulta que al final lo estropeé más. La mente sucia del marido nos vería a los tres fornicando como cerdos, su mujer en el medio mientras limpiaba con la mopa los muebles, dándonos azotes con la escoba. Yo me quedé sin limpieza, pero lo de ella era peor.


Sin embargo, también tiene su parte de razón el marido celoso, pues ayer mismo  escuché una historia truculenta, y que no es aislada, sobre un par de hermanas, que siempre limpiaban en pisos cercanos, pero cada una en uno. Una de ellas, muda por cierto, está ahora embarazada, y la policía está intentando averiguar, con la ayuda de la otra hermana, quién pudo el ser el despojo que abusó de una mujer muda. Ésta, no sé si por el trauma del momento, y además sin saber escribir, no consigue acordarse, o quizás quiere intentar borrarlo de su mente. Así que aquí las mujeres que van a limpiar solas, saben que a veces pasa, a veces corren el riesgo de ser violadas.

También hay historias, como no, sobre la alienación sexual de la mujer, como las de algunas que llegan al matrimonio con el miedo en el cuerpo, que salen aterradas ante la visión del cuerpo desnudo de su marido en la noche de bodas, y que en algunos casos acaban por odiar su cuerpo. Y todo por una total falta de educación sexual, además de represión. Sucede, aunque más en países aún anclados en la edad media como Arabia Saudí.


En mi piso, que ha ascendido a los altares de la limpieza y la organización tras la visita de mi madre (gracias mamá), hay dos habitaciones, una para Karim, mi estupendo compañero de piso, y otra para mí. Después, la cocina, un baño, y un enorme salón con dos piezas: el comedor y la sala de estar, donde hay unos sillones venidos de los confines del siglo pasado (en mi casa se podría hacer el Cuéntame libanés), presididos por un cuadro de Napoleón montando un caballo sobre dos patas con cara de éxtasis, con unas pupilas del mismo tamaño del ojo. El general francés, en cambio, está sobre un caballo encabritado pero tiene cara de aburrido, de dejar la emoción para sucesos más dignos de ser contados. Levanta el brazo pero parece que está posando, el falso.
 Qué queréis, estoy en zona de influencia francesa, barrio cristiano y tal. Todo ello normal para un ojo normal, dentro de los parámetros de ‘este piso es normal’. Normal, vamos. Pero, cuando uno sale de la cocina, se adentra en el pasillo, y recorre la mitad de la distancia entre la cocina y mi habitación, un par de metros, se encuentra a la derecha con una mampara de madera, que hace las veces de puerta.
Lo que ve ahora cuando la abre es un vestidor (otra idea genial de mi omnipresente madre), pero hace unos años, este cuartucho, este zulo de más o menos, 2’20 de largo por 1 metro de ancho, con una pequeña ventana que comunica con la cocina, era la habitación de la señora de la limpieza. Ésta es otra de la interminable lucha de las organizaciones feministas en el Líbano, ayudar a los cientos de mujeres mozambiqueñas, etíopes, srilankesas, etc, que trabajan en algunas casas como esclavas, como una propiedad más de sus dueños, sin derechos laborales en absoluto y sin esperanza. 

Poneos ahora en la piel de un libanés o libanesa. Eres, por ejemplo, un empresario con la vida resuelta, o una señora a la cual le encanta la vida social, además de seguir las últimas tendencias. No tienes muchísimo dinero, no hace falta para tener a una extranjera en casa, pero vives bien, un buen coche y sus etcéteras. Tienes a tu disposición a una sirvienta, a la cual no tienes ni que tratar como una persona. De hecho no es una persona, es un accesorio hecho para servirte, a ti y a tu perro, al que sacará a pasear. Tendrá su espacio en la cocina, donde al lado estará su minihabitación. En esto han mejorado, años atrás algunas dormían en el altillo de un armario empotrado, cerca de su territorio de platos y fregaderos.
Cuando te vayas el finde de casa, cierra con llave, no vaya a ser que la muchacha quiera salir a divertirse o traiga un hombre a casa. No podrás impedir que salga al balcón y charle con alguna compatriota, pero éste es un mal menor. Sin embargo puede que un día llegues y descubras que debes buscar otro accesorio, porque éste se ha tirado desde la terraza, buscando sin duda una vida mejor, que probablemente habrá obtenido. No es algo que te pille por sorpresa, sabías que cada cierto tiempo una srilankesa o filipina se entrega a la gravedad. Pero jamás pensaste que tu etíope llegaría a tal punto. No es culpa tuya, es simplemente una cultura diferente, un amor incomprensible por la libertad. Dios la acoja en su seno.
True story.