lunes, 2 de abril de 2012

Dersim



Una vez leí un artículo en una revista semanal sobre el paso del tiempo. No lo recorté, pero me esforcé en quedarme con la idea y no olvidarla nunca. El mensaje  básico le daba el mundo a los vagabundos, a los nómadas: si no sabemos lo que va a pasar a lo largo del día cuando despertamos, nuestra vida tiende a llenarse de riqueza mediante nuevas experiencias, y el paso del tiempo se ralentiza por la cantidad de materia nueva que aglutina. El tiempo se expande y la rutina es la enemiga.

En el vuelo Beirut-Estambul no había nadie a mi lado, lo cual no es nunca una buena señal cuando estoy en una máquina de metal a 20.000 pies. En esas situaciones me vuelvo una persona extrañamente habladora. Pero era el primer día de vacaciones y no lo pasé demasiado mal.
Cuando llegué al aeropuerto empecé a comprobar de primera mano las historias de violencia que había escuchado de Turquía. Ante la cola de pasaportes pasó un grupo de policías cadetes, o aprendices de policías, churumbeles con un uniforme azul más claro que los demás policías. Pasaron las cabinas de registro de pasaporte y a los dos minutos unos de estos cadetes y un policía normal se estaban insultando y eran sujetados para no llegar a las manos. Dos policías peleándose en menos de media hora en el país. Si las cosas seguían así iba a poder presenciar a dos ministros tirándose de los pelos o al Presidente del Tribunal Supremo escupiéndole en la cara a un diputado y acordándose de sus muertos. Esa era mi esperanza, pero no llegó a tanto.

En las siguientes horas mis demás ideas preconcebidas sobre el pueblo turco siguieron representándose una tras otra. En el camino a casa de Claudia, mi compañera y becaria en la oficina de Estambul, comprobé que un trozo de papel con una dirección escrita no tiene por que ser suficiente para llegar a destino cuando estás en Turquía y no hablas turco. Además descubrí (era una noche de descubrimientos) que mi desgraciada y malnacida compañía telefónica libanesa no tenía acuerdos con compañías turcas, tal como sucedió también en Egipto y Kenia. Así que en mi viejo móvil sobresalía un perenne ‘Network searching’.

La famosa hospitalidad turca no estaba siendo suficiente por el momento, y tuve que recurrir a unos policías que se refugiaban del frío en un pequeño coche. En los próximos días iba a comprobar que el frío húmedo de Estambul no es un mito, y que Claudia tenía razón al asegurarme que nunca antes había tiritado como en esta ciudad. Pero esa noche en concreto la temperatura no era tan baja, y cuando metí la cabeza en el coche para recibir indicaciones me pareció que los pobres maderos habían decidido cocinarse a fuego lento en un horno de metal.
Istiqlal, séptima a la izquierda y segunda a la derecha. Hablaban inglés y tenían un callejero, perfecto.

De Estambul recuerdo las vistas de la ciudad, desde la torre Galata, desde el barco que cruza a Asia, desde todas las orillas que abren de par en par la ciudad, inmensa pero tan bien repartida. Sus mercados, mezcla de olores y de gritos, de hombres con un don especial para detectar presencia extranjera, de oro, arabescos y comidas imposibles, de falsificaciones muy bien hechas.

Luego está el estrecho del Bósforo y demás caudales de la ciudad, agua sucia pero tan bien situada, entre dos continentes, que su limpieza poco importa y sigue destellando con elegancia. Y las mezquitas, posiblemente las más bonitas que haya visto nunca, y de cómo entré en la espectacular Hagia Sofía y me sentí fuera de la enfermedad número uno del turismo mundial: hacer fotos de forma compulsiva o cómo perderse la experiencia a cambio de 17 fotos. Este museo, Patrimonio de la Humanidad y mezcla grandiosa del cristianismo y del Islam, es un puro espectáculo para la vista, pero cuando entré en él lo único que vi fue a gente haciendo fotos de forma enfermiza, buscando ángulos, colores, mirando encuadres. Una forma dudosa de aprovechar los propios ojos.

Todas las historias tienen su núcleo y también lo tienen las entradas de este blog, y en este caso es una historia política. No es realmente una historia, porque las historias tienen un principio y un final, y en ésta está por verse si los turcos son capaces de desprenderse del tufo nacionalista que sigue pretendiendo machacar a la otra etnia mayoritaria, los kurdos, aparte de a los armenios y demás minorías.

Además de la hospitalidad de Claudia, que tan bien me acogió en Estambul, tuve la suerte de contar con otra magnífica guía de la ciudad, Leyla, que hace poco acabó su erasmus en esta ciudad y ahora realiza unas prácticas. Leyla es alemana, pero su madre es kurda, y tanto ella como sus amigos, algunos también de origen kurdo, son activos políticamente en un país donde lo normal es no estarlo.
Así que acudí con ellos a una manifestación para recordar a Hrant Dink, un periodista armenio que fue asesinado hace cinco años. Hace poco el gobierno turco decidió, a través de la justicia, cerrar el caso sin averiguar quién ordenó realmente su muerte. Hay dos condenados, pero no se va a tirar más de los hilos para saber hasta dónde llegan, aunque medio país sabe que el gobierno turco está detrás.

  Poco a poco se están cargando el laicismo que convirtió a Turquía en el país de Oriente Medio más avanzado. Cuando Erdogan apuntaba hacia el poder su discurso era uno de solidaridad entre los pueblos que habitan el país y de respeto de los principios laicos  que apuntaló Ataturk, pero desde que gobierna ha ido poco a poco machacando a las minorías, atacando al pueblo kurdo, impidiéndoles incluso defenderse con la palabra, encerrando a periodistas como ningún otro país en el mundo. Leyla me contaba que ella no puede entrar a una mítica universidad de Estambul, porque le está prohibido hacerlo a jóvenes de otras universidades. Porque no quieren que se mezclen, no quieren que hablen, no quieren que se revuelvan. Es una dictadura encubierta.

Dersim (Tunceli en turco) en un pueblo del este de Turquía, bien conocido en la historia negra del país por ser el lugar de la masacre de 1938, cuando unos 50.000 soldados irrumpieron en la zona para convencer a los kurdos de que la homogeneización cultural es, siempre que la cultura sea la turca, buena, y que la rebelión no lo es. Etnicidio, o masacre, o genocidio, 10.000, 15.000, o 20.000 kurdos muertos, se puede catalogar como se quiera, el hecho es el mismo. Sobre estas bases se construye el estado turco. Y de Dersim son los orígenes de Bakis, una amiga de Leyla a la cual tuve el placer de conocer, y que es un vivo ejemplo de la emigración turca a Alemania. Sus padres, ambos kurdos, se conocieron allí, donde pasaron gran parte de su vida, y ahora  quieren volver a Turquía. Los conocí en Estambul, y me enteré de que el padre de Bakir es el principal dirigente del BDP (Freedom and Democracy party) en Dersim. El BDP es algo así como el partido kurdo legal que lucha por los derechos de las minorías en el país, y que tiene mayores o menores lazos con el PKK, el Partido kurdo de los trabajadores que mantiene una lucha armada intermitente con el ejército, y cada vez más, también con la policía turca. Y por ello su padre va a tener que hacer frente a la justicia turca, por sus discursos y por ser quién es. Así funciona este país, si apoyas a los kurdos, se te acusa de pertenencia a banda armada y se te enjaula.

Ayer Mónica, una española que vivió algunos años en Turquía, me contaba que la cultura turca es muy fuerte y ha ido absorviendo de alguna forma a las otras del país, habiendo kurdos de tercera generación que no hablan su lengua, aumentando el número de asimilados. Pero supongo que de alguna forma la prevalencia de la cultura turca será como en todos lados, fruto del poder para someter otros pueblos, de forma que las culturas, y las lenguas que funcionan como su principal imagen, necesitan de la fuerza para sobrevivir, y, desgraciadamente en muchas ocasiones, lo consiguen mermando a otras más débiles. No sé si se podría decir que la cultura francesa es más fuerte que la bretona, sin embargo si ésta última ha sido machacada por la primera ha sido por el poderío militar y la necesidad de aumentar las fronteras reales y su importancia en el mundo. Por algo será que el ejército turco es uno de los más potentes.

Según Mónica el verdadero problema de Turquía es la eterna tensión entre Europa y Asia. Ese constante deseo de modernizarse, de acudir a los mismos órdenes de (dudoso) progreso de Europa, contra la llamada ancestral del Islam y su posición maternal en Oriente medio. El ver telenovelas admirando el modo de vida occidental, donde los chicos se enamoran y se desenamoran en un abrir y cerrar de ojos, donde la ropa puede escasear, contra la realidad del triste papel de la mujer y una continuación fiel de los valores islámicos, apoyada de soslayo por el gobierno.

En la manifestación, con unas 2.000 personas, que surgió como respuesta a otra de fascistas una semana antes,  y que discurría por la mítica calle de Istiqlal, la gente llevaba en su mayoría carteles, con mensajes como éstos: 
‘Kurdistán se convertirá en la tumba del fascismo’,
‘El Estado asesino tiene que pagar’, ‘Viva la fraternidad de los pueblos’
‘El odio es vuestro, la justicia es nuestra’, ‘Somos todos Hrant, somos todos armenios’

Turquía es posiblemente el país del mundo con más banderas por metro cuadrado. El nacionalismo turco se palpa en el ambiente, y hace pensar en los motivos de ese puño cerrado, de esa tensión. Una mano cerrada pintada de rojo y de blanco, que sella sus ojos con fuerza para no abrir su puño, porque si lo hace dejaría entrever el presente kurdo, y en menor medida el color armenio; y todos ellos con la memoria de la sangre derramada de estos dos pueblos. El 20% de la población del país es kurda. Son ellos otros olvidados del aparato hipócrita de Occidente, de Europa. Un pueblo con una historia milenaria, castigado e incapaz de crear su propio estado, un Kurdistán que se situaría en zonas de Siria, Iraq, Irán y Turquía. Y mientras tanto, un país con diferentes etnias, multicultural, se empeña en hacerse más pequeño.

Cada uno tiene su propio reloj personal, y si no lo tiene debería de crearse uno. En mi caso es mi hermano pequeño, Brais, que me permite ver como crece el mundo a través de su persona. Tenía 9 años cuando él nació, y desde entonces cada vez que lo veo después de un cierto periodo de tiempo me asombra ver sus cambios, y no hay a otra persona en la cual compruebe la evolución como en ella. Quizás hace falta ver nacer algo o alguien para percibir sus cambios plenamente, y gracias a ello saber donde está uno, ayudándose en el otro como referencia.

''Glissez, mortels, n'appuyez pas''



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